Villa de Don Fadrique: La pequeña
Rusia de Castilla-La Mancha
Durante el verano de
1932 los campesinos de la localidad toledana protagonizaron una huelga contra
los patronos que derivó en choques armados entre los propietarios, la Guardia
Civil y los campesinos.
ALEJANDRO
TORRÚSMadrid15/12/2013
"De Castilblanco y Arnedo,
de Zorita y Casas Viejas, de Villa de Don Fadrique están las cárceles llenas.
Pueblos enteros se mueren sin poder labrar la tierra. Sus hombres los
arrancaron, los tiraron como a piedras, quemadas fueron sus casas, arrasada su
miseria, y algunos, de los balcones, colgados de las muñecas. Compañeros,
camaradas, que España entera lo sepa: norte, sur, este y oeste gimen llenos de
cadenas", escribió el poeta Rafael Alberti dentro de la obra Amnistía
de clase. A lo largo del poema,el intelectual homenajea a todos los
campesinos y obreros "que sin vivir trabajan" y los anima a formar
"un frente de batalla,un frente unido de hierro que ni lo rompan las
balas" con el único fin abrir "las puertas de los penales de
España" llenos de "campesinos" y "obreros", quienes
forman "la luz revolucionaria".
Entre los ejemplos que cita
Rafael Alberti llama la atención el caso de la Villa de Don Fadrique, un
pequeño pueblo de Toledo, de apenas 5.000 habitantes,cuya lucha
campesina por una vida más decente saltó a las portadas de los principales
diarios nacionales en el verano de 1932 para después desaparecery pasar
prácticamente desapercibido en las páginas de historia de la lucha obrera y
campesina. Sólo un sobrenombre, adquirido durante la lucha de aquellos días y
el arrojo de los campesinos durante la Guerra Civil, sobrevivió al paso del
tiempo. La Villa de Don Fadrique pasó a ser conocida como la 'pequeña Rusia' de
Castilla La Mancha o la Villa de Lenin.
Todo comenzó el día 6 de julio de
1932. Apenas tres días después, había muerto un guardia civil y cinco
compañeros suyos habían resultado heridos, así como también habían sido
asesinados un propietario y dos campesinos y otros veintiún heridos, y más de
sesenta detenidos. Carmen Torres, de 89 años de edad, tenía entonces ocho años."Los
sucesos del verano de 1932 no fueron ni más ni menos que producto del hambre y
del desprecio de los patronos a los trabajadores.Los
jornaleros se morían de hambre y entre morir de hambre y morir de un tiro
eligieron la segunda opción y lucharon por sus familias a sabiendas de que sólo
obtendrían una derrota", explica a este medio Carmen Torres desde su casa
en la Villa de Don Fadrique.
Explota la tensión
social
El día 6 de julio explotaron en
este pueblo las tensiones acumuladas a lo largo y ancho de un Estado donde la
inmensa mayoría de las tierras estaban acumuladas en manos de unos pocos y
donde la ansiada Reforma Agraria no terminaba de llegar, al menos, con el
ímpetu deseado por los sin tierra. La Villa de Don Fadrique no era una
excepción. Sirva como ejemplo el dato proporcionado por el investigador local
Pedro Organero."El
85% de las tierras de la localidad estaba en manos de 12 propietarios y más de
dos tercios de la población dependían de la contratación en el campo",
explica Organero, quien ha publicado recientemente un libro sobre estos sucesos de julio de 1932 en esta pequeña localidad".
Aquel día gran parte de los
jornaleros del pueblo decidieron ir a la huelga.Nadie
trabajaría hasta que los patronos aceptaran que los trabajadores merecían un
día de descanso cada quince días de trabajo,aumentaran
los salarios y no se buscaran jornaleros de fuera del pueblo hasta que no
estuvieran trabajando todos los locales, tal y como marcaba la Ley de términos
municipales, que había promulgado la República en su primer mes de Gobierno.
Fue durante la madrugada del 7 al
8 cuando la tensión explotó. Quién lanzó la primera piedra contra el enemigo es
una información que todavía hoy se desconoce. "En este sentido hay dos
líneas contrapuestas. Por un lado, la versión dada porla mayor
parte de la prensa (El Castellano, ABC, La Vanguardia...) culpa a los
huelguistas de atacar primeroy, por otro, los sucesos vistos por los
defensores de los campesinos, que ha salido publicada en obras de Mateos,
Manzanero y Gabriel Ramos y alguna prensa obrera como podía ser La Tierra,
culpa a los patronos de disparar contra las mujeres", explica a este medio
Organero.
Los ricos dispararon
primero
Carmen Torres, vecina del pueblo
de 89 años, no tiene dudas. Para ello el primer ataque fue el que realizaron
los propietarios desde la torre de la iglesia a las mujeres que protestaban en
la plaza."Los
ricos se subieron a la torre de la iglesia y desde allí disparaban primero al
aire y después a las mujeres. Hirieron a Felipa 'la sorda'.No les
convenía que hubiera tanto comunista", cuenta Carmen. En la versión dada
por los medios de comunicación de entonces, la causa del origen es la quema de
numerosas eras, granjas y almacenes por parte de los huelguistas. Carmen Torres,
de hecho, no niega que se quemaran eras, ya que asegura que ella misma
"dio cerillas a una señora a través de la ventana", pero que la quema
fue posterior.
Independientemente de quien
comenzara la trifulca, durante la madrugada del 7 al 8 y la mañana del 8 de
julio, las calles de la Villa de Don Fadrique vivieron un enfrentamiento
abierto entre clases sociales. Patronos contra jornaleros y jornaleros contra
patronos. Celestino Mendoza, de 90 años, recuerda cómo vivió aquel día del
verano de 1932. "Yo era muy pequeño, perome
acuerdo estar asomado a la ventana y ver a la gente correr de un lado para
otro. Sobre todos los hombres. Gritaban sobre la cosa del trabajo.Unos se
decían una cosa y otros se decían otra. Hasta que terminaron a tiros y murieron
varios", narra a este medio Celestino Mendoza, quien cree que la Guardia
Civil tiene parte de culpa en los acontecimientos.
Una de las primeras acciones que
emprendieron los huelguistas fue cortar las comunicaciones con el exterior. En
una decisión que a posteriori resultó ser un grave error, decidieron cortar el
teléfono, el telégrafo y las carreteras que salían de la localidad. El problema
para ellos fue que los patronos ya habían enviado dos telégrafos al Gobernador
Civil y la Guardia Civil ya estaba en camino. Los huelguistas, en cambio, no
esperaban refuerzos. "Recuerdo que ese díasalí yo de
mi casa con mi madre a la era de laOlayay vi
al llegar al final de la calle a un obrero que se subió a un poste como un
lagarto y cortó los cables telefónicoscon unas tijeras de podar", cuenta a este
medio otro vecino de avanzada edad que prefiere mantener su nombre en el
anonimato.
Una represión
"durísima"
El mismo día 8 llegaron al pueblo
más de 150 guardias civiles de Toledo y de los pueblos alrededores. El 9 y el
10 siguieron llegando agentes de la Guardia Civil e incluso el director general
Miguel Cabanellas, según cuenta el historiador Benito Díaz. Así, con la Guardia
Civil llegando en bloque, los huelguistas encendidos por el tiroteo de los
patronos y los patronos exaltados por la quema de tierras, comenzó el día 8. La
tragedia se mascaba."Durante el día 8 murió un Guardia
Civil, un patrono y dos campesinos, entre ellos, el hermano del ex alcalde
comunista.Los
patronos buscaban al ex alcalde pero como no lo encontraba, mataron al
hermano", narra Díaz.
Con el pueblo cortado, y el los
huelguistas prácticamente desarmados, la Guardia Civil no tardó en imponer la
calma. "La represión fue durísima", cuenta Pedro Organero."Las
detenciones se prolongaron durante días y días. Fue una manera de reprimir a
los comunistas", asegura Organero. Celestino Mendoza también recuerda
cómo los siguientes días las detenciones continuaban, los controles en
cualquier esquina y el cierre de bares y establecimientos donde se reunían los
obreros.
Héroes sin
posibilidades
Detenidos, amenazados y con el
estómago y igual de vacío que cuando comenzaron la huelga, los campesinos de la
Villa de don Fadrique tuvieron que poner fin a su lucha.Apenas hay
información disponible para juzgar si los enfrentamientos contra los patronos
estaban previstos por los jornaleroso, por el contrario, fue una huelga que derivó
en unos choques no previstos. Sin embargo, su lucha llegó hasta las Cortes
donde sirvió para que la derecha siguiera advirtiendo de la amenaza comunista
que se cernía sobre España. "Se le dio mucha comba a esta noticia porque
interesaba extender la sensación de que el comunismo se estaba extendiendo y
conllevaba un sinfín de violencia", explica Díaz.
Ochenta y dos años después de los
sucesos lo único que queda del sueño por una vida más digna y un reparto de la
tierra más justo es un poema de Alberti y la memoria de los supervivientes, que
siguen recordando aquel día como si fuera ayer. Sobre todo, porquepara los
habitantes de la Villa la represión de las autoridades no finalizó aquel día.El
sobrenombre de la pequeña Rusia de Castilla La Mancha se instaló sobre la Villa
y, efectivamente, no era la mejor publicidad para una localidad durante la
dictadura de Franco.
"El que pasó por aquello no
lo olvida.Fui
a la mili en el año 46 y desde el primer momento ser de la Villa fue un
problema. '¡Anda, de la pequeña Rusia!', me decían muchos mandos militares.
De hecho, un sargento administrativo de mi escuadrón que unos años había estado
en la Guardia Civil se acordaba perfectamente de que en mi pueblo había muerto
un compañero suyo. Durante la primera semana de la mili me dio tal paliza que
me provocó un derrame en la pierna", sentencia Celestino Mendoza.
¿Qué ocurrió en los “sucesos” de La Villa de Don Fadrique que anticiparon la Guerra Civil?
Los testimonios de aquella revuelta de 1932 cuentan cómo los campesinos decidieron quemar las eras para protestar contra la contratación de jornaleros murcianos
Han pasado casi 90 años pero en la memoria de aquellos niños y niñas, los “sucesos de la pequeña Rusia” se siguen contando como si hubieran ocurrido ayer. Así se conocía entonces a La Villa de Don Fadrique, un pueblo de más de tres mil vecinos, y distante cien kilómetros de Toledo.
Carmen, Juliana y Antonio, los protagonistas de aquellos “sucesos”, son ahora abuelos de más de noventa años. En 1932, cuando los campesinos prendieron fuego a las eras, su infancia estuvo marcada por la pobreza y el duro trabajo de sus familias.
Aquel 8 de julio de 1932 en La Villa de Don Fadrique, a escondidas, se organizó una huelga para protestar en contra de los propietarios que habían decidido llevar jornaleros desde Murcia y dejar sin trabajo a los locales en la época de la siega. El año anterior habían tenido que ceder frente a las reivindicaciones de los trabajadores. Ahora querían ahorrarse algo de los jornales (los forasteros murcianos eran más baratos) y también dejar claro quién mandaba. La Villa había empezado a llamarse “la pequeña Rusia” porque los comunistas habían ganado por mayoría las elecciones municipales.
La recién nacida Segunda República había proclamado los “decretos” agrarios y mejores condiciones laborales. Pero en el campo la jornada de 8 horas había sentado mal: lo habitual era trabajar “de sol a sol”. “Las cosas no funcionaban bien porque los propietarios no querían cambiar el sistema y las manifestaciones en La Villa eran tan grandes como en Rusia”, recuerda Alejandro, de 80 años. Él no había nacido entonces, pero conoce los hechos porque se los contaron sus padres.
Un pueblo de “comunistas”
Para entender los hechos es conveniente repasar la historia. En el siglo XIX, cuando se efectuaron expropiaciones de tierras no productivas mediante “desamortizaciones”, algo más de la mitad del terreno español era propiedad del clero y de los nobles. Para recoger dinero más fácilmente, se vendieron estas tierras a los grandes terratenientes que podían comprarlas, con lo que la concentración de la propiedad de las tierras aumentó y se agravó. Pedro Pablo Fernández Gutiérrez, en su libro “Revueltas campesinas en 1932: el caso de La Villa de Don Fadrique” reconstruye las condiciones sociales que dieron origen a las revueltas. “En La Villa, doce propietarios poseían el 85% de las tierras en un pueblo de cinco mil habitantes. El resto se repartía entre 1235 pequeños agricultores y terratenientes. Por este motivo, los comunistas de La Villa de Don Fadrique decidieron ponerse a la vanguardia y liderar una lucha al estilo de la revolución rusa, en la que los campesinos se hicieran con el poder y los medios productivos”, escribe Fernández Gutiérrez.
Los fadriqueños podían haber denunciado la decisión de los empresarios del campo de contratar jornaleros murcianos, ya que iba en contra la legislación. Pero su miedo, enfado, ignorancia, desesperanza, frustración, hambre... les llevó a quemar las eras. Unos y otros, patronos y jornaleros, se obnubilaron y perdieron el sentido común, en una España agitada, recién salida de la dictadura.
“Entonces se decidió hacer una huelga con nada más que palos y hambre”. Carmen tiene 95 años. Aquel día tenía apenas ocho. “Una mujer me preguntó si podía darle una cerilla. ¿Qué sabía yo qué iba a hacer con las cerillas? Y los tiros no faltaban”.
La Guardia Civil vigilaba a los cabecillas y se había prohibido salir por la noche. A pesar de todo, los fadriqueños consiguieron juntarse, quemar las eras y lo que había en ellas: grano, aperos, maquinaria agrícola... El desorden público estaba montado con palos, sarmientos y alguna escopeta de caza.
La huelga se convierte en revuelta
La revuelta de La Villa de Don Fadrique acabó con la vida de un propietario, dos campesinos y un guardia civil muertos en los enfrentamientos y numerosos heridos. La madre de Juliana estuvo a punto de recibir un balazo. “Todo el mundo corriendo, las mulas asustadas y una barbaridad de guardias civiles pensando que iba a estallar una revolución”, recuerda Carmen.
Pedro Organero Ronco, historiador y escritor vecino del pueblo, ha recopilado todos los testimonios, las fotos y los documentos de la época en su libro “Los sucesos de La villa de Don Fadrique”. La noticia de la huelga alcanzó todos los periódicos de España. El diario tradicionalista La Constancia tildaba de “revoltosos, agitadores comunistas” a los campesinos. La Voz de Menorca, si bien condenaba la violencia, pedía “piedad para los vecinos de La Villa porque son hambre e ignorancia hermanadas”.
La concentración de la propiedad de las tierras y el sistema caciquil de la sociedad, que provocó la quema de las eras por los jornaleros locales, también fue la causa de la posterior represión: la información que los patronos dieron a los mandos de la Guardia Civil provocó una actuación desproporcionada. Ahora, con casi cien años de distancia, en el pueblo reconocen que “hubo unos sucesos porque todos los segadores pedían pan para sus hijos y sus familias”, como reconoce Antonio Yance, que nunca fue comunista.
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